Villa
Mansión romana. Los romanos, que habían conquistado los reinos de los sucesores de Alejandro, aprendieron en Oriente a sentir nuevas necesidades. Poseedores por derecho de guerra de inmensas riquezas, quisieron rivalizar con los príncipes orientales cuyas tierras ocupaban y darse, como ellos, residencias reales. Hasta el siglo I a.C. vivían, en Roma mismo, en casas relativamente sencillas, y sus "villas" campestres eran granjas en las que, en medio de las construcciones dedicadas al cultivo, se había dispuesto un departamento más o menos ornamentado. Así era todavía la "villa" de Escipión, el primer Africano, a donde se había retirado, en Literno, en un destierro voluntario. Séneca, que la visitó dos siglos y medio más tarde, nos dice que era una mansión triste, más parecida a una fortaleza que a una quinta de recreo; rodeada de altos muros, estaba al abrigo de un golpe de mano de los piratas o de los bandidos. En el interior, ninguna magnificencia, nada que fuese digno del hombre que había abatido a Aníbal. Séneca describe con cierto detalle los baños de Escipión: eran una sala estrecha y sombría iluminada por ventanas semejantes a aspilleras, y bien diferente de las termas particulares que construían para su uso personal, bajo el reinado de Nerón, los pequeños burgueses enriquecidos. En esta evocación nos da la impresión de que la "villa" de un rico romano hacia 180 a.C. se parecía bastante a una villa rústica. Pero dos generaciones más tarde, todo había cambiado. Escipión Emiliano, el nieto del Africano, poseía a las puertas de Roma una "villa" suburbana que ya no era una granja, sino una verdadera mansión de recreo rodeada de jardines. Las lecciones de los reinos orientales habían ya producido sus frutos. La "villa" rústica tradicional, utilitaria, nacida del patio, en un principio abierto, con construcción central, experimentó la influencia del helenismo y se acercó a la domus urbana con peristilo para dar lugar a la quinta de recreo ricamente decorada (frescos, mosaicos). El tipo arquitectónico varió según las provincias. Ciertas "villas" imperiales son enormes (villa de Adriano, villa de Piazza Amerina). Desde la época de Augusto, Roma poseía grandes parques, donde los ricos señores gustaban de vivir. Después, a medida que creció la ciudad, que el terreno fue más escaso, y también que las confiscaciones acabaron por anexionar la mayor parte de los dominios urbanos a las propiedades imperiales, el "cinturón verde" disminuyó y desapareció. Pero en el curso de los mismos tiempos las "villas" se multiplicaron en Italia y en las provincias. Algunas pertenecían a los senadores, que gustaban de poseer varias en diversas regiones: "villas" de montaña para lo más fuerte del verano, "villas" en el borde del mar, más cercanas y más fácilmente accesibles, para las "pequeñas vacaciones". Pero en número todavía mayor habían sido construidas por los grandes burgueses de los municipios, y en las provincias más lejanas. En el Bajo Imperio, la villa se fortificó y se aisló en el dominio, manifestando el poder económico de una clase. Se vieron surgir casas señoriales, verdaderos castillos, donde los grandes propietarios locales pasaban casi toda su vida. Ver, Arquitectura romana.