Víctimas
Sacrificios sangrientos que se hacían a los dioses de criaturas humanas o de animales. Los fenicios, los egipcios, los árabes, los cananeos, los habitantes de Tiro y de Cartago, los persas, los atenienses, los lacedemonios, los jonios, todos los griegos del continente y las islas, los romanos, los escitas, los albanos, los germanos, los antiguos bretones, los hispanos o íberos, los galos, todos se hallaban sumergidos en esta costumbre. No se sabe quien fue el primero que aconsejó tal práctica, unos lo atribuyen a Saturno, según se encuentra en el fragmento de Sanchoniatón; otros a Licaón, como parece que lo insinúa Pausanias. Lo cierto es que ésta estuvo muy en boga. La inmolación de las víctimas humanas formaba ya parte de las ceremonias que Moisés reprueba a los amorreos. Se lee también en el Levítico que los moabitas sacrificaban sus hijos a su dios Moloch. Es indudable que esta costumbre sanguinaria fue establecida entre los tirios y los fenicios. Los mismos judíos los habían sacado de sus vecinos, como se lo echan en cara los profetas y los libros históricos del Antiguo Testamento nos presentan más de un hecho de esta clase. De Fenicia pasó a los griegos y los pelasgos la llevaron a Italia. En Roma, según cuenta Plinio, se practicaban estos sacrificios en ocasiones extraordinarias. Tito Livio los llama Sacrum minime romanum. Sin embargo se repitieron con frecuencia y, según Plinio, subsistió esta costumbre hasta el año 95 d. J.C., en cuya ocasión fue abolida por un senatos-consulto del año 657 de Roma. En Grecia eran menos comunes. Sin embargo, se encuentra el uso establecido en algunas comarcas, y el sacrificio de Ifigenia prueba que se practicaba en tiempos heroicos. Los habitantes de Pella sacrificaban un hombre a Peleo y los de Tenusa ofrecían todos los años, según Pausanias, en sacrificio una joven virgen al genio de uno de los compañeros de Ulises, a quien habían lapidado. Teofrasto asegura que los arcadios inmolaban en su tiempo víctimas humanas en las fiestas llamadas Lycaea, y que por lo regular eran niños. Cartago hizo lo mismo, y finalmente Plinio, Tácito y otros escritores exactos, no permiten dudar que los germanos y los galos las inmolaban no solamente en lo sacrificios públicos, sino también para alcanzar la salud de los particulares. La necesidad de estos sacrificios era uno de los dogmas establecidos por los druídas, fundado en este principio: no podía satisfacerse a los dioses más que por un camino y que la vida de un hombre era el único precio capaz de rescatar la de otro. En los sacrificios públicos, en defecto de los malhechores, se inmolaban inocentes. En los particulares se degollaban hombres que se ofrecían voluntariamente a este género de muerte. Cuenta Plutarco que, habiendo mandado un oráculo a los lacedemonios para que inmolasen una virgen y que habiendo salido en suerte una joven llamada Helena, un águila arrebató la cuchilla sagrada y la dejó caer sobre la cabeza de una becerra, que fue sacrificada en lugar de la joven. En Egipto, Amasis mandó que en la isla de Chipre, en lugar de hombres, se ofreciesen figuras humanas. Difilo sustituyó sacrificios de bueyes a los de hombres. La víctima formaba la principal parte de los sacrificios paganos. Ver, Hostias, Sacerdotes, Sacrificios.