Vida urbana romana

Durante los dos primeros ss. del Imperio la difusión de la vida urbana en el mundo romano va estrechamente ligada al desarrollo de la actividad económica de Italia y las provincias, pero el proceso de urbanización siguió patrones diferentes según épocas y regiones. Se ha estimado, por ejemplo, que el número de ciudades romanas en las provincias orientales del Imperio, excluida Egipto, se aproximaba a las 900, mientras que en la parte occidental, sólo Italia, la costa africana y la península Ibérica alcanzaban, si no sobrepasaban, las 300. Pero todavía el problema sigue siendo cómo establecer la diferencia entre "ciudad", propiamente dicha y "aldea". Varios indicadores permiten conocer con relativa certeza la amplitud del proceso urbanizador: el estatuto jurídico-administrativo de las diversas comunidades, el potencial demográfico y, en fin, el marco institucional. Aunque "ciudadanos" (municipes) y "aldeanos" (vicani) residían habitualmente en ámbitos diferentes, urbano y rural, respectivamente, ambos se integraban en una sola entidad jurídico-administrativa, la civitas, constituida a su vez por dos elementos claramente diferenciados: el núcleo urbano y el territorium. En general el primero se corresponde con la noción de ciudad moderna, caracterizada por una peculiar distribución de los sectores secundario y terciario en la actividad económica que, en el mundo romano, se traduce en una concentración del artesanado, comercio y servicios públicos de la comunidad. El segundo, en cambio, se identifica al campo, destinado a suplir con productos agrícolas las necesidades de consumo urbano. De este modo, "campo" y "ciudad" constituían no sólo una entidad administrativa, sino que representaban economías mutuamente complementarias. En el mundo antiguo el mantenimiento de ésta dependía estrechamente del producto agrícola generado fuera de ella. Pero la diferencia esencial con el patrón moderno es que en la ciudad residían la mayor parte de los propietarios de las tierras pertenecientes a la civitas, lo que obligó a menudo a una explotación indirecta del territorium mediante diversas formas de arrendamiento o con mano de obra esclava. Las obligaciones ciudadanas (munera) afectaban por igual a unos y otros propietarios sin distinción de su lugar de residencia habitual, en el campo o en la ciudad, puesto que todos eran considerados municipes y, en tal condición, se beneficiaban periódicamente de las distribuciones gratuitas (sportulationes) de los nuevos magistrados de la ciudad. E incluso a partir del siglo II los residentes no ciudadanos (incolae) se integraron de tal modo en la vida municipal que no quedaron exentos de ciertas obligaciones públicas. En consecuencia, el criterio de residencia (dentro o fuera de la ciudad, temporal o habitual) dejó de ser clave para diferenciar a unos ciudadanos de otros, dado que en cuanto municipes participaban de idénticos derechos y compartían similares obligaciones. Aunque las inscripciones de la época oponen los municipes intramurani a los extramurani, no existía entre ellos diferencias administrativas ni económicas significativas, sino tan sólo demográficas, pero aun éstas nunca fueron suficientes para distinguir una "ciudad" de una "aldea". Todavía en el siglo II, en un conocido pasaje, Pausanias asocia la categoría de ciudad (polis) a la existencia en el núcleo urbano de edificios e instituciones públicos, gimnasio, teatro, mercado, fuente, conducción de aguas, etc., sin aludir para nada a la entidad demográfica de dicha comunidad. Sin embargo, es evidente que ambas situaciones eran a menudo correlativas; difícilmente una "aldea", grande o pequeña, podía contar con todos estos servicios, entre otras razones porque el "campo" formaba parte del concepto de "ciudad" antigua. Esta era algo más que la mera entidad urbana y, en consecuencia, no existía aisladamente, sino que se integraba en una estructura social más amplia, la civitas, sin diferencias jurídicas apreciables entre población urbana y campesina. En este sentido, se ha observado recientemente que la pretendida antítesis campo/ciudad es más un concepto historiográfico que una realidad histórica, dado que la ciudad-estado antigua viene a ser la realidad política resultante de la unidad de sus componentes económicos: ciudad y territorio; dicho de otro modo: la ciudadanía urbana se resuelve económicamente con la simple fórmula de que el agricultor era un residente de la ciudad. EI proceso de urbanización en las provincias del Imperio fue afianzado mediante la elevación del status a "municipios" o "colonias" (latinas o romanas) de muchas civitates indígenas, de tal modo que el número de municipalidades aumentó ostensiblemente desde Augusto a los Severos. Sólo César y Augusto crearon más de un centenar de éstas, y un impulso similar se produjo bajo los Antoninos con la fundación de nuevas ciudades. No obstante, éstas diferían bastante en cuanto a su potencial demográfico, pudiendo establecerse con claridad tres grupos: )o()o( A) CIUDADES CON MÁS DE 100.000 HABITANTES: )o( 1. Ciudades con más de 1.000.000 de hab.: Roma. )o( 2. Ciudades con más de 300.000 hab.: Alejandría, Antioquía, Cartago. )o( 3. Ciudades con más de 150.000 hab.: Pérgamo, Éfeso, Apamea. )o( 4. Ciudades con más de 100.000 hab.: Gades (Cádiz), Patavium (Padua), Lugdunum (Lyon), Londinum (Londres). )o()o( B) CIUDADES ENTRE 40.000 Y 100.000 HABITANTES: Ostia, Mediolanum (Milán), Aquileia (Aquileya), Tarraco (Tarragona), Corduba (Córdoba), Emerita (Mérida), Mileto, Biblos, Esmirna. )o()o( C) CIUDADES ENTRE 2.000 Y 40.000 HABITANTES: La mayoría de las ciudades en todas las provincias. )o( El balance estimativo de esta relación es por sí mismo elocuente: unos 20.000.000 de habitantes residían en ciudades de mayor o menor tamaño, lo que equivale aproximadamente a un tercio de la población global del Imperio.
 
Volver