El Jabalí de Calidón es un ejemplo de un género de monstruos ctónicos de la mitología griega, cada uno de ellos situados en una ubicación específica, que deben ser derrotados por héroes de la época olímpica. Enviado por Artemisa para devastar la región de Calidón en Etolia, halló su final en la cacería de Calidón, en la que todos los héroes de la época fueron presionados a participar, con la excepción de Heracles, que venció a su jabalí enviado por una diosa separadamente (Ver, Jabalí de Erimanto). Debido a que el suceso mítico reunió a tantos héroes, entre los que había muchos que fueron venerados como progenitores de sus casas reinantes locales, entre los grupos tribales de los helenos en la época clásica, la cacería de Calidón ofrecía un tema natural en el arte clásico, pues era redolente con la telaraña de mitos que se acumularon en torno a sus protagonistas en otras ocasiones, alrededor de su ascendencia semidivina y su descendencia. Al igual que la búsqueda del vellocino de oro o la guerra de Troya que tuvieron lugar la generación siguiente, la cacería de Calidón es uno de los nudos en los que muchos mitos griegos se unen. Sin embargo, aunque tanto Homero como Hesíodo y sus oyentes conocían los detalles de este mito, ningún poeta superviviente ha unido las piezas en una sola épica, para convertirse en la versión clásica. Algunos fragmentos de papiro hallados en Oxirrinco es todo lo que se conserva del relato de Estesícoro, el repertorio de mitos llamado la Biblioteca recoge lo esencial de la historia, que el poeta romano Ovidio hizo suyo con algunos detalles coloridos. El rey Eneo de Calidón, una antigua ciudad del centro-oeste de Grecia, al norte del golfo de Patrás, celebraba sacrificios anuales en honor de los dioses. Un año el rey olvidó incluir a la Gran Artemisa en sus ofrendas. Ofendida, Artemisa soltó al jabalí más grande y feroz imaginable en los alrededores de Calidón, que se comportó como un loco por toda la campiña, destrozando viñedos y cosechas, obligando a la gente a refugiarse dentro de las murallas de la ciudad, donde empezaron a morirse de hambre. Eneo envió mensajeros a buscar a los mejores cazadores de Grecia, ofreciéndoles la piel y los colmillos del jabalí como premio. Entre los que respondieron estaban algunos de los argonautas, el propio hijo de Eneo, Meleagro, y, notablemente para el éxito final de la cacería, una mujer: la cazadora Atalanta, la "indomable", que había sido amamantada por Artemisa transformada en osa y criada como cazadora, una representante de la propia Artemisa. Artemisa parece haber estado dividida en sus motivos, pues también se dice que envió a la joven cazadora porque sabía que su presencia sería una fuente de conflictos, como de hecho lo fue: muchos de los hombres, liderados por Cefeo y Anceo, rehusaron ir de caza junto a una mujer. Fue el enamorado Meleagro quien les convenció. No obstante, fue Atalanta quien primero logró herir al jabalí con una flecha, aunque fue Meleagro quien lo remató y le ofreció el premio a ella, que había derramado la primera sangre. "Pero los hijos de Testio, que consideraban vergonzoso que una mujer lograse el trofeo donde los hombres habían participado, le arrebataron la piel, diciendo que era propiamente suya por derecho de nacimiento, si Meleagro decidía no aceptarla. Enfadado por esto, Meleagro mató a los hijos de Testio y dio de nuevo la piel a Atalanta". La madre de Meleagro, hermana de los tíos asesinados por éste, tomó la marca fatal del cofre donde la había guardado (Ver, Meleagro) y la arrojó una vez más al fuego. Cuando se hubo consumido, Meleagro murió al instante, como las Moiras habían predicho. Así logró Artemisa su venganza contra el rey Eneo. Durante la cacería, Peleo mató accidentalmente a su anfitrión Euritión. En el curso de la misma y tras ella, muchos de los cazadores se enfurecieron unos contra otros, luchando por el botín, y así continuó la venganza de Artemisa: "y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí". La piel de jabalí que se conservaba en el Templo de Atenea Alea en Tegea (Laconia) era según se dice la del Jabalí de Calidón, "podrida por el tiempo y ya sin ninguna cerda" en la época en la que Pausanias la vio en el siglo II. La cacería de Calidón era el tema del frontón principal del templo.