Ciudad de la Arabia feliz, célebre por haber sido cuna del mahometismo, aunque Mahoma no es el primero que la ha ilustrado. Se pretende que existe en este lugar el sepulcro de Abraham. Según Nicolás de Damasco la famosa encina de Mambre, bajo la cual conversó este patriarca con los tres ángeles, era la que atraía a La Meca este concurso de pueblos vecinos, paganos, judios y cristianos. La doctrina del islamismo no ha hecho más que darle nuevo lustre. Todos los años llegan allí numerosas caravanas de peregrinos, de las cuales una de las más bellas es la de El Cairo, que van al santuario de su religión a prestar sus homenajes a Mahoma. La ley de Mahoma obliga a ello, y esta creencia les está tan fuertemente inculcada desde su infancia, que hasta las mujeres emprenden la peregrinación con sus maridos, y a veces solas. Reunidas todas las caravanas se van en un día determinado al monte Arafat, a La Meca, donde creen que Abraham ofreció a Dios el sacrificio de su hijo Isaac. La fiesta que se celebra en este augusto lugar se llama Korban-Bairam, o el segundo Bairam: pero los árabes la llaman Je al Korban, y Je al Adha, esto es, la fiesta del sacrificio; porque en este día se inmola una multitud prodigiosa de animales de toda especie. En este lugar, los peregrinos se afeitan la cabeza y el rostro, y toman un baño. Después de haber hecho sus oraciones, se vuelven a La Meca. Visitan la casa de Abraham llamada Kaaba, y los otros lugares consagrados por la religión de los mahometanos. Se colocaba en la mezquita el pabellón llevado nuevamente de El Cairo, y se retiraba el antiguo, que se ponía entre las manos del emir-hadgi. No siendo La Meca bastante grande para contener tan prodigiosa multitud de gente con sus equipajes, las caravanas se veían obligadas a acampar en las cercanía de la ciudad, y vivir en las tiendas por espacio de nueve a diez días. Se celebraba allí una feria, la mayor del mundo, y el comercio que se hacía era el más prodigioso. Es admirable sobre todo el silencio y la tranquilidad que reina en este concurso encantador de comerciantes y peregrinos. Los que antes de Mahoma tenían la presidencia del templo de La Meca, eran tanto más venerados, en cuanto gobernaban la ciudad, como al presente. Mahoma tuvo la política, de establecer en una tregua que había entablado con los habitantes de La Meca, sus enemigos, de ordenar a sus seguidores la peregrinación a La Meca y conservar esta costumbre religiosa que daba la subsistencia al pueblo, cuyo terreno es de los más ingratos, llegó así a imponerle fácilmente el yugo de su dominio. La Meca es la metrópoli sagrada de los mahometanos a causa de su templo o Kaaba, casa sagrada, que dicen haber sido edificado en esta ciudad por Abraham, y están tan firmemente persuadidos de esto, que harían empalar a cualquiera que osase decir que en tiempo de aquel patriarca no había tal ciudad de La Meca. Esta Kaaba que tantos viajeros han descrito, está en medio de la mezquita llamada por los turcos haram. El pozo de Zemzem, tan respetado de los árabes se halla también en el recinto del haram. La ciudad, el templo, la mezquita y el pozo, estaban hasta la aparición del Estado de Arabia Saudita en 1.932, bajo el mando de un sheriph, o como escribimos nosotros cherif o serif, príncipe soberano como el de Medina, y descendientes ambos de la familia de Mahoma: el monarca saudí, con toda su autoridad, no puede deponerle a menos que sea colocando en su lugar un príncipe de su sangre. Ver, Bakkah.