En la mitología romana, dios del fuego y de la metalurgia. Era originalmente una divinidad itálica arcaica, adorada por los etruscos. En Roma se le rendía culto desde los tiempos más remotos. Hijo de Júpiter y Juno, aunque a veces se pretende que Juno lo engendró en solitario, despechada por el nacimiento de Minerva, que Júpiter había traído al mundo sin intervención de mujer. Vulcano era un dios cojo. Según la Ilíada, un día en que Juno y Júpiter disputaban acerca de Hércules, Vulcano trató de defender a su madre, por lo que Júpiter, enfurecido, lo lanzó desde el Olimpo. Vulcano estuvo cayendo durante un día entero, hasta que cayó en la isla de Lemnos, donde quedó herido. Pero en la misma Ilíada existe otra versión sobre el mismo tema, según la cual, Vulcano era cojo de nacimiento y su madre, avergonzada, le había lanzado del Olimpo. Vulcano cayó en el mar, donde Tetis y Eurínome lo sanaron. Una vez recuperado, Vulcano, para vengarse de su madre, fabricó un trono de oro en el que unas cadenas ataban al que se sentase en él y se lo envió a Juno. Cuando ésta se sentó, vio que estaba prisionera y dado que ninguno de los olímpicos podía liberarla, se vio obligada a llamar a su hijo y aceptarlo en el Olimpo para que la liberase. Era una divinidad poderosa, que combate con el fuego ante Troya, de la misma manera que derribó a Clitio en la lucha de los olímpicos contra los gigantes. Además era el dios de los metales, la metalurgia y la técnica. Gobierna sobre los cíclopes y los volcanes, donde trabaja con ellos. Su obra más famosa es probablemente el armamento de Aquiles. A pesar de ser físicamente deforme. Júpiter lo unió a Venus quien, sin embargo, pronto se transformó en el amante de Marte, dios de la guerra. Estos amores fueron descubiertos por el Sol, quien se lo comunicó a Vulcano. Este calló, pero preparó una red invisible que dejó caer encima de ambos amantes, inmovilizándoles para posteriormente llamar a los otros dioses para que se riesen de ellos. Homero dice que la esposa de Vulcano fue la encantadora Charis o Cárites, la más bella de las Gracias. Vulcano se construyó en el cielo un palacio todo de cobre y sembrado de brillantes estrellas, donde se ocupaba sin cesar de poner en práctica las ideas que le sugería su divina ciencia. Cierto día Tetis le pidió armas para Aquiles, Vulcano se levantó inmediatamente de su yunque, se lavó con una esponja el rostro, los brazos, el cuello y el pecho, vistióse con un ropaje magnífico y tomando un cetro de oro salió de su fragua. A causa de la cojera llevaba a su lado, para que le ayudasen, dos hermosas androides de oro, hechas con un arte tan divino que parecían vivas. Estaban dotadas de inteligencia, hablaban, y por un favor particular de los inmortales, habían aprendido con tal perfección el arte de su señor, que trabajaban con él en la construcción de aquellas obras que excitaban la admiración de los dioses y de los hombres. Para fabricar las armas de Aquiles vuelve Vulcano a su fragua, arrima sus fuelles al fuego, coje su pesado martillo y fuertes tenazas, y trabaja un escudo de un tamaño inmenso y de una sorprendente sólidez. Cicerón trata de varios Vulcanos: el primero era hijo del Cielo, el segundo del Nilo, el tercero de Júpiter y de Juno, y el cuarto de Menalio. Este último habitaba en las islas Vulcanias. Pero el Vulcano más antiguo, o si se quiere del Vulcano hijo del Cielo, es el Tubalcaín de la Sagrada Escritura, que habiéndose aplicado en forjar el hierro llegó a ser el modelo y original de todos los otros, según algunos mitólogos modernos. Vulcano, hijo del Nilo, fue el primero que reinó en Egipto, según la tradición de los sacerdotes, y la invención del fuego fue lo que le proporcionó el reino, pues, según cuenta Diodoro, habiendo prendido el fuego del cielo en un árbol que se hallaba en una montaña, comunicándose este fuego a un bosque vecino, Vulcano corrió a ver este espectáculo, y como era en invierno, sintió un calor muy agradable. Así es que cuando empezaba a apagarse, le entretuvo añadiendo nuevas materias y llamó inmediatamente a sus compañeros para que se pasasen con él para aprovecharse de su nuevo descubrimiento. La utilidad de esta invención, unida a la sabiduría de su gobierno, le merecieron después de su muerte no sólo ser colocado en el número de los dioses, sino también el hallarse al frente de las divinidades egipcias. Los egipcios le llamaban el guardián del universo. El tercer Vulcano, hijo de Júpiter y Juno, fue uno de los príncipes Titanes, y se hizo ilustre en el arte de forjar el hierro. Habiendo caído este príncipe en desgracia, se retiró a la isla de Lemnos, donde estableció varias fraguas. De ahí deriva sin duda la fábula de Vulcano, precipitado del cielo a la Tierra. Los griegos atribuyeron después a su Vulcano todas las obras que pasaban por obras maestras del arte de forjar; como el palacio del Sol, las armas de Aquiles, las de Eneas, el famoso cetro de Agamenón, el collar de Hermíone, la corona de Ariadne, etc. Los antiguos monumentos representaban a este dios de un modo bastante uniforme: aparece barbudo, los cabellos un poco descuidados, cubierto por una túnica que no le desciende más que hasta las rodillas, llevando un gorro redondo y puntiagudo, teniendo en la mano derecha un martillo y en la izquierda unas tenazas. A pesar de que todos los mitólogos dicen que Vulcano era cojo, sus imágenes no le representan como tal. Este Dios tuvo varios templos en Roma, pero el más antiguo, elevado por Rómulo, se hallaba fuera de la ciudad. En Roma había uno en el campo de Marte. Augusto, en el 9, le consagró un altar en el Foro. Su culto adquirió particular importancia en Ostia. Los perros guardaban sus templos y le estaba consagrado el león, que con sus rugidos parece arrojar fuego por las fauces. Estableciéronse también fiestas en su honor, de la cuales la principal era aquélla en la que corrían con antorchas encendidas y que era necesario no dejar apagar hasta que llegasen al punto señalado. Se han considerado como hijos de Vulcano todos aquellos que se hicieron célebres en el arte de forjar los metales, como Oleno, Albión y algunos otros. Brontes y Erictonio han pasado por sus verdaderos hijos. A veces se presenta a Vulcano como padre de Caco o de Céculo, o incluso del rey mítico Servio Tulio, más generalmente considerado como hijo del lar doméstico. Vulcano, que no posee leyenda propia; después de las guerras púnicas se identificó paulatinamente con Hefesto. Los nombres más comunes que se han dado a este dios son: Hefesto, Lemnio, Mulcífer o Mulcíber, Enneo, Tárpides, Junonígena, Trisor, Cillopodión, Amfigideis.