o Nabónides o Nabû-na'id (siglo VI a.C.). Último rey (555-539) de la Dinastía X de Babilonia (caldea) y del Imperio de tal ciudad. No se sabe prácticamente nada de sus primeros años, que vivió en un ambiente de profunda religiosidad inculcada por su madre, llamada Adad-Guppi, sacerdotisa o, como se cree hoy, "devota" (palikhtu), del templo del dios Sin de Kharrán. Hijo de un jefe de un clan arameo, identificado con Nabu-balatsu-iqbi, no tenía sangre real, pero ello no le impidió ocupar cargos de responsabilidad en la corte de Nabucodonosor II. A la muerte de éste le sucedió su hijo Awel-Marduk. Su reinado duró dos años debido al triunfo de una conjura encabezada por el general Neriglissar. A su muerte le sucedió su hijo Labashi-Marduk quien pronto sufrió una conjura de la que salió victorioso Nabónido, ya que, sin que se sepa cómo, un partido antidinástico lo subió al trono en el 555. Al ser eliminado este rey, Nabónido pudo gobernar sin problemas. Sus primeros años de reinado los dedicó a una eficaz política militar (Cilicia, Siria, Edom) y a una política religiosa muy escrupulosa con las tradiciones, pero volcada en torno al dios Sin (su propia hija, Erishti-Sin, fue Gran sacerdotisa de tal dios), hecho que provocó graves enfrentamientos con el clero ortodoxo, seguidor de Marduk. En su deseo de reconstruir el templo de Sin de Kharrán, no dudó Nabónido en aprovechar el enfrentamiento entre Ciro II, rey persa de la dinastía Aqueménida, y Astiages, rey de Media y abuelo del propio Ciro II, quien resultaría vencedor. El hecho es que en el año 553 Nabónido era dueño de Kharrán, en donde, según un texto, comenzó a reconstruir el Ehulhul, el templo del dios Luna (Sin), destruido por los medos y los caldeos en el 610. Nabónido, siguiendo la práctica de Nabopolasar, que había asociado el trono a su hijo Nabucodonosor II, nombró a Baltasar, su hijo, regente de Babilonia (550) para que gobernara en su nombre, retirándose, según las Estelas de Kharrán, al oasis de Teima en la Arabia noroccidental, en donde permaneció diez años consecutivos, sin ni siquiera acudir a los funerales de su madre. Luego, en el 539 regresó a Babilonia, celebrando las fiestas del Año Nuevo (Akitu), tantas veces dejadas de lado, al tiempo que inauguraba el templo Ehulhul de Kharrán. Por su parte, Ciro II, que había sabido jugar sus bazas políticas con Lidia y Egipto para envolver territorialmente a Babilonia, y que se había granjeado fama de tolerante con las religiones locales, avanzaba hacia la gran ciudad, pues creía llegado el momento de completar sus conquistas anteriores. Diferentes ciudades le proclamaron libertador del país, entrando en ellas sin oposición. Nabónido, ante estos hechos y fracasado en su intento de coordinar las fuerzas de arameos y árabes, los caldeos se habían pasado al bando de Ciro, optó por huir de Sippar y dos días después un tal Ugbaru (Gabrias), gobernador de Qutium, que se había pasado también a los persas, y el ejército de Ciro entraron en Babilonia sin combatir. Nabónido, que había regresado de Sippar, fue capturado sin saberse qué suerte corrió, aunque, según algunas fuentes clásicas entre ellas Flavio Josefo, fue perdonado y nombrado gobernador de Carmania, en el interior del Irán, acabando allí sus días. Baltasar había sido asesinado en Opis. La larga permanencia de Nabónido en Arabia ha sido motivo de discusión entre los historiadores, aduciéndose explicaciones de tipo político, religioso, económico y aun estratégico. Algo similar ha provocado la actitud religiosa que siguió dicho rey, considerado por sus coetáneos, según pasquines promardukeos, hereje e incluso demente. Un texto de Qumrán alude a la solicitud por parte de Nabónido, entonces enfermo en Teima, de un profeta judío. La llamada Crónica de Nabónido permite conocer el ascenso del rey al poder, así como la caída de Babilonia, cuyos habitantes, según dice, se inclinaron ante Ciro II y le besaron sus pies. Ver, Adad-Guppi, Ennigaldinanna.