Fue en época de César y Augusto (entre los ss. I a.C. y I), en la que la red viaria de Hispania conoció su mayor perfeccionamiento. El desarrollo de estas calzadas, que recorrían de parte a parte la Península, estuvo determinado por los imperativos que el propio terreno imponía y trataba, ante todo, de utilizar los pasos naturales que, a veces de forma extremadamente reacia permitía tan complejo, difícil y, en ocasiones, casi impracticable relieve. La denominada Vía de la Plata era la arteria básica de comunicación en la parte occidental de la Península. Establecida sobre el curso por el que había discurrido un antiguo camino abierto en tiempo tartésico para el transporte de estaño, estaba destinada a unir dos ciudades fundamentales: Emerita Augusta y Asturica Augusta. El camino sería denominado Iter ab Emeritam Asturicam y completaba las funciones de otras dos vías que actuaban como cauces comunicadores entre el norte y el sur peninsulares: el Iter ab ostio fluminis Anae Emeritam usque, que unía Emerita con la desembocadura del Guadiana por Ayamonte, y el Iter ab Emeritam Caesaraugustam, que la enlazaba con la actual Zaragoza, pasando por Toletum. La Vía de la Plata fue también denominada Vía Lata (vía ancha) y Vía Equinea, debido a que en su tránsito era muy destacada la presencia de caballos. Instrumento de primer orden para el control y la colonización del territorio, serviría durante siglos para cumplimentar dos finalidades primordiales. Desde el punto de vista económico, era utilizada para fomentar la explotación y el transporte de metales. La plata y el oro (tanto el de extracción como el de pepitas de río) pasaban por la vía en dirección al sur, hasta los puertos de embarque hacia el corazón del Imperio. También se hizo un sistemático uso estratégico a lo largo de las permanentes guerras que Roma mantuvo con lusitanos, iberos, astures, vetones y otros pueblos que se resistían a su dominio. Oscilaba la anchura de la vía en sus días de esplendor entre los cinco y los seis metros y medio. Cada 1.478 m (milla romana) se emplazaba un miliario, hito realizado en piedra berroqueña, de dos metros de altura. Tales mojones tenían inscripciones correspondientes al emperador reinante en el momento en que eran emplazados. En una cantera próxima a Casar de Cáceres ha sido hallada gran cantidad de miliarios tallados pero carentes de inscripciones imperiales, preparados en su momento para un traslado que nunca se llegó a efectuar. Tras el ocaso del poder de Roma, cientos de miliarios fueron utilizados durante los siguientes siglos para el cercamiento de los campos, lo que permitió que muchos hayan llegado casi intactos hasta hoy. La calzada generó a lo largo de toda su longitud todo un sistema de infraestructuras, como puentes y sistemas de acondicionamiento de los márgenes. Además de los pilones de agua para consumo de los animales, cada veinte o treinta kilómetros (que equivalía a una jornada de viaje) había una "mansio", posada u hostería que aseguraba el recambio de las caballerías y el alojamiento de hombres y animales. Conoció una marcada decadencia con el hundimiento del Imperio y la presencia de los pueblos germanos que entraron en la Península. Con todo, en época visigoda, a partir de la segunda mitad del siglo V, siguió conservando su relevancia como instrumento de comunicación. A comienzos del siglo VIII, la arrolladora invasión musulmana encontró en ella un magníflco cauce de penetración para los contingentes humanos lanzados desde la costa andaluza hasta el interior. Durante la prolongada etapa de presencia islámica en la zona, la calzada fue conocida con el nombre de Valata. Los ramales de comunicación que los árabes reaprovecharon diseñaron toda una red de forma arborescente que cubría la práctica totalidad del actual espacio extremeño. En época tardomedieval, su trazado sirvió como frontera entre los reinos de León y Castilla, así como para el control de la región por las órdenes militares que durante siglos dominaron su espacio. En los umbrales de la Edad Moderna, fue el Honrado Concejo de la Mesta quien utilizó masivamente la vía, convertida en cañada real de una Extremadura que era espacio fundamental de la intrincada red de cordeles y cañadas, veredas y ramales por los que, en busca de pasto, transitaban estacionalmente aquellos inmensos rebaños. La gran actividad de las ferias y mercados no pudo evitar que la decadencia de la vía, de la que solamente la sacarían, ya a finales del siglo XIX, la expansión del ferrocarril y el trazado de la actual carretera Nacional 630, que une Gijón y Sevilla, única vía de entidad que es directo enlace entre el norte y el sur de la Península. Ver, Vía romana, Calzadas romanas, Caminos.